miércoles, 30 de abril de 2008

1) don quijote. primer capítulo

Por la manchega llanura
Se vuelve a ver la figura
De don Quijote, pasar
Y ahora ociosa y abollada
Va en el rucio la armadura
Y va ocioso el caballero
Sin peto y sin espalda.
Va cargado de amargura
Que allá encontró sepultura
Su amoroso batallar
Va cargado de amargura
Que allá quedó su ventura
En la playa de Marcimo
Frente al mar.
Cuántas veces don Quijote
Por esa misma llanura
En horas de desaliento
Así te miro pasar
Y cuántas veces te grito
Hazme un sitio en tu montura
Y llévame a tu lugar.
Hazme un sitio en tu montura
Caballero derrotado
Hazme un sitio en tu montura
Que yo también voy cargado de amargura
Y no puedo batallar
Ponme a la grupa contigo, caballero del honor
Ponme a la grupa contigo y llévame a ser contigo, contigo pastor
Por la manchega llanura
Se vuelve a ver la figura
De donde Quijote pasar
Va cargado de amargura
Va vencido el caballero
Que retornó a su lugar
**

un caballero en busca de aventuras
*
1) En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, vivió hace mucho tiempo un hidalgo alto y seco de carnes que rondaba los cincuenta años y tenía fama de hombre bueno. Cuentan que se llamaba Alonso Quijano y que llevaba una vida modesta y sin lujos, aunque en su casa nunca faltó la comida ni unas buenas calzas de terciopelo que lucir los días de fiesta. Don Alonso vivía con una criada que pasaba de los cuarenta años y con una sobrina que no llegaba a los veinte, y era un hombre madrugador y amigo de la caza que había trabado una estrecha amistad con el cura y el barbero de su aldea. Por su condición de hidalgo, apenas tenía obligaciones, así que dedicaba sus muchas horas de ocio a leer libros de caballerías. Y tanto se aficionó a las historias de gigantes y batallas, caballeros andantes y princesas cautivas, que llegó a vender buena parte de sus tierras para comprar libros y más libros.
-
De día y de noche, don Alonso no hacía otra cosa más que leer. Por culpa de los libros, abandonó la caza y descuidó su hacienda, hasta que a fuerza de tanto leer y tan poco dormir, se le secó el cerebro y se volvió loco. A veces soltaba de golpe el libro que tenía entre manos, blandía con fuerza su vieja espada y empezaba a acuchillar las paredes como si se estuviera defendiendo de una legión de fieros gigantes. Se había convencido de que todo lo que contaban sus libros era verdad, y así fue como se le ocurrió el mayor disparate que haya pensado nadie en el mundo: decidió hacerse caballero andante y echarse a los caminos en busca de aventuras.
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2) "Me llamaré don Quijote de la Mancha", se dijo. "Batallaré contra gigantes y malandrines, defenderé a los huérfanos y a las viudas y me haré famoso con mis hazañas".
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De modo que un día de julio al amanecer se puso una armadura de sus bisabuelos, montó a lomos de su caballo y se escapó por la puerta trasera de su casa, decidido a probar su valentía en mil y una aventuras. Llevaba una lanza y una espada que habían criado polvo en un rincón durante muchos años, y lo primero que hizo al salir de su aldea fue pensar en su amada Dulcinea del Toboso. "Seguro que estará bordando mi nombre con hilos de oro", se dijo. Y es que, como todos los caballeros andantes amaban a una princesa, don Quijote se había buscado una dama a la que adorar y servir. Tras darle muchas vueltas al asunto, había elegido a una moza labradora del pueblo del Toboso de la que había estado enamorado en otro tiempo. Se llamaba Aldonza Lorenzo, tenía sobre el labio un lunar que parecía un bigote y podía tumbar a un puerco con una sola mano, pero don Quijote le había dado el nombre principesco de Dulcinea y se la imaginó como una dama criada entre algodones, con los cabellos rubios como el oro y con la piel más blanca que el marfil.
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3) El día en que don Quijote salió de su aldea, el sol calentaba con tanta fuerza que faltó muy poco para que al hidalgo se le derritiesen los pocos sesos que le quedaban. Su caballo avanzaba muy despacio, porque el pobre estaba en los huesos y tenía poco aguante, aunque a don Quijote se le antojaba la bestia más recia y hermosa del mundo. Hacía pocos días que le había puesto el nombre de Rocinante, que le parecía sonoro y musical y muy apropiado para el caballo de un gran caballero.
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Iba don Quijote imaginando batallas cuando de pronto se entristeció al pensar: "Según la ley de caballería, sólo podré entablar combate cuando me haya armado caballero en una solemne ceremonia. Pero no importa", añadió: "al primero que aparezca por el camino le pediré que me arme caballero".
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Sin embargo, en todo el día no se cruzó con nadie, y ni siquiera encontró un lugar donde comer, así que al caer la tarde don Quijote y su caballo iban tan cansados como muertos de hambre. Por fortuna, antes de que anocheciera asomó una venta junto al camino y, al verla, don Quijote empezó a decirse:
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4) "¡Qué castillo tan magnífico! ¡Qué torres, qué almenas, qué foso", porque, como estaba loco de atar, todo lo que veía le parecía igual a lo que contaban sus libros. A la puerta de la venta vio a unas mujerzuelas y las tomó por delicadas princesas, y al oir que un porquero llamaba a sus cerdos pensó que era un centinela dándole la bienvenida.
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-Señor mío -le dijo al ventero, que era un andaluz gordo y pacífico-, ¿podríais hospedarme en vuestro castillo?.
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Cuando el ventero vio a aquel espantajo alto como un ciprés y con una armadura tan vieja y descompuesta, estuvo a punto de echarse a reir, pero pensó que le convenía ser prudente y respondió con toda cortesía:
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-Sea muy bienvenido el caballero, que en este castillo le serviremos lo mejor que sepamos.
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5) Cenó don Quijote un bacalao mal remojado y peor cocido y un pan más duro y negro que el alma del demonio, aunque a él le pareció que estaba comiendo mejor que un príncipe. Acabada la cena, don Quijote se arrodilló ante el ventero y le dijo:
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-No me levantaré de aquí, valeroso caballero, hasta que me otorguéis un don que quiero pediros.
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El ventero no supo qué responder, y don Quijote siguió diciendo:
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-Querría que me armáseis caballero para que pueda socorrer con mis armas a los menesterosos que hay por esos mundos.
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El ventero, que era muy burlón, vio que podía divertirse un rato a costa de aquel loco, así que le siguió la corriente y dijo:
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-En verdad que no hay ejercicio más honroso que la caballería andante, a la que yo mismo me dediqué en mi juventud. Fueron tantos los huérfanos a los que maltraté y las viudas a las que pervertí que acabé pasando por casi todos los tribunales de España. De modo que yo sabré armaros caballero mejor que nadie en el mundo.
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-Entonces decidme dónde puedo velar las armas, porque, según la ley de caballería, antes de ser armado caballero, debo pasarme toda una noche vigilando mi armadura ante un altar.
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-Ahora mismo no tenemos capilla en este castillo -respondió el ventero con mucho desparpajo-, porque la hemos derribado para hacerla de nuevo, pero podéis velar las armas en el patio, que nadie os molestará.
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6) Así que don Quijote salió al patio, se quitó la armadura, la dejó junto a un pozo y empezó a pasearse alrededor con semblante muy serio como si estuviera haciendo la cosa más importante del mundo. Con el escudo pegado al pecho, la lanza en la mano y la luz de la luna iluminándole la frente, parecía un fantasma recién salido del infierno. Los huéspedes de la venta le miraban desde lejos y no paraban de reírse, pensando que en toda la Mancha no había un hombre más loco que aquel.
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Llevaba don Quijote un buen rato de vela cuando salió al patio un arriero que tenía que dar de beber a sus bestias. Y, como la armadura de don Quijote le molestaba para sacar agua del pozo, la cogió y la tiró tan lejos como pudo, pensando que era un trasto viejo.
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-Pero, ¿qué hacéis, canalla? -le gritó don Quijote.
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Y, sin pensarlo dos veces, alzó su lanza y le dio tal golpe al arriero en la cabeza que lo derribó al suelo y lo dejó medio muerto y con los ojos en blanco. Viendo aquello, los compañeros del herido salieron al patio hechos una furia y comenzaron a tirar piedras contra don Quijote, que se escondía tras su escudo para evitar los golpes, pero no se separaba del pozo por no dejar a solas su armadura.
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-¡Venid aquí, bribones -decía-, que voy a daros lo que os merecéis!
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7) Pero las piedras siguieron lloviendo cada vez con más fuerza, y don Quijote sólo salvó la cabeza gracias a que el ventero salió por una puerta gritando:
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-¡Dejen de tirar piedras!¿No ven que ese hombre no sabe lo que hace?
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-¡Juro por la fermosa Dulcinea del Toboso que castigaré esta ofensa! -clamaba don Quijote.
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Cuando el ventero logró por fin apaciguar a los que tiraban las piedras, salió a toda prisa al patio y le dijo a don Quijote:
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-Ya habéis velado bastante las armas. Arrodillaos, que voy a armaros caballero.
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Entonces sacó el libro en el que anotaba los gastos de sus clientes y, mientras hacía como que leía una oración, golpeó a don Quijote con la espada en la nuca y los hombros, tal y como se hacía en los libros de caballerías.
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-Yo os nombro caballero -proclamó.
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8) La ceremonia era un puro disparate, pero don Quijote no cabía en sí de gozo.
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Abrazó al ventero con entusiasmo y le dijo:
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Abridme las puertas del castillo, porque debo partir cuanto antes a ayudar a las viudas y a los huérfanos.
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-Primero tendréis que pagarme la cena y la paja de vuestro caballo -respondió el ventero.
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-¿Pagaros?
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-¿Es que no lleváis dinero?
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-Ni blanca, porque nunca he leído que los caballeros andantes lleven dinero encima.
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-Los libros no lo dicen porque está claro como el agua, pero los caballeros llevan siempre dinero y camisas limpias. Y los escuderos que los acompañan cargan con vendas y pomadas por si han de curar las heridas de su señor.
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-Buen consejo es ése -dijo don Quijote-, y prometo seguirlo en cuanto pueda.
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9) Y así lo hizo: poco después de amanecer, decidió regresar a su aldea para hacerse con dinero y camisas limpias y para tomar un escudero que lo acompañara en sus aventuras. Y en eso iba pensando cuando vio venir a un grupo de hombres y se propuso aprovechar la ocasión para rendir homenaje a la hermosura de Dulcinea. De modo que se apretó el escudo contra el pecho, alzó la lanza y se detuvo en mitad del camino.
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-¿Qué queréis? -le preguntaron los viajeros al acercarse, viendo que aquel hombre armado y de tan extraña figura no les dejaba pasar.
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-¡Que confeséis que Dulcinea del Toboso es la doncella más fermosa del mundo! -contestó don Quijote.
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Al oir aquello, los viajeros no tuvieron duda alguna de que aquel hombre estaba loco de remate. Uno de ellos, que era muy amigo de las bromas, le contestó a don Quijote en son de burla:
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-Señor caballero, nosotros somos mercaderes y vamos a Murcia a comprar sedas. Jamás en la vida hemos oído hablar de esa tal Dulcinea del Toboso, así que no sabemos cómo es. Pero mostradnos un retrato suyo y, aunque sea tuerta de un ojo y le salgan espumarajos por la boca, diremos que es la doncella más hermosa del mundo.
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-¿Tuerta Dulcinea? -rugió don Quijote-. ¿Espumarajos en su boca?¡Pagaréis esos insultos con la vida!
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Y, sin decir nada más, apuntó a los mercaderes con su lanza y galopó contra ellos con intención de matarlos. Pero, a poco de echar a correr, Rocinante tropezó con una piedra, y don Quijote acabó rodando por el suelo en medio de una gran polvareda.
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10) Entonces el mercader burlón le arrebató la lanza y comenzó a apalearlo con tantas ganas que lo dejó molido como blanca harina.
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-¡Bribones, malandrines! -gritaba el hidalgo.
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Tras darle una buena tunda, los mercaderes se fueron y don Quijote se quedó a solas. -
Intentó levantarse, pero no podía, por culpa del peso de las armas y del dolor de los huesos. Y así hubiera pasado muchos días hasta morirse de hambre de no ser porque apareció por el camino un labrador de su misma aldea que le hizo la caridad de recogerlo y llevárselo a lomos de su asno.
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-Pero, ¿quién os ha dejado así, señor Quijano? -le decía.
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-Diez o doce gigantes altos como una torre -respondió don Quijote.
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Cuando llegaron a la aldea, la casa del hidalgo andaba de lo más alborotada. Su sobrina y su criada llevaban tres días sin saber nada de él y pensaban que algo malo le había sucedido. El cura y el barbero de la aldea habían llegado a la casa preguntando por don Alonso, y la sobrina les decía muy preocupada:
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-¡Mi tío se ha vuelto loco de tanto leer libros de caballerías!
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-¡Con el buen juicio que tuvo siempre! -se lamentaba maese Nicolás, que así se llamaba el barbero.
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11) En esto, se oyeron en la calle unos grandes suspiros de dolor y todos salieron a la puerta a ver lo que pasaba.
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-¡Don Alonso! -exclamó la criada cuando descubrió a su amo atravesado sobre el asno.
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-Llevadme a mi cama -susurró don Quijote-, que he caído de mi caballo cuando combatía contra diez gigantes.
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"¿Conque gigantes...?", se dijo el cura. "Por mi vida que mañana mismo quemaré los libros que os han vuelto loco".
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Y así se hizo. Al día siguiente, aprovechando que don Quijote aún dormía, el cura y el barbero entraron en el cuarto donde guardaba sus más de cien libros y los fueron tirando al patio donde la criada los apiló para quemarlos.
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-¿Y qué pasará cuando mi tío se despierte y no encuentre los libros? -preguntó la sobrina.
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A lo que el cura respondió:
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-Lo mejor será tapiar la puerta de la biblioteca y decirle a vuestro tío que un encantador se ha llevado todos sus libros y hasta el cuarto en el que estaban.
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La idea les pareció bien a todos, y pensaron que con aquello bastaría para devolverle la cordura a don Alonso. Así que aquella misma tarde tapiaron la puerta del cuarto mientras el humo de los malditos libros oscurecía el cielo limpio de la aldea.
* * *
[adaptación de Don Quijote de Miguel Cervantes, de Agustín Sánchez, ed. Vicens Vives, Barcelona, 2005]

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